miércoles, 20 de noviembre de 2019

[Una vasta ciudad]

11.19.


A mi extrema izquierda, escucho a una familia hablar mandarín. No entiendo absolutamente nada, pero puedo deducir que la conversación es agradable, amena.

A mi derecha, hay una pareja hablando en otra lengua que no alcanzo a descifrar. Decido que es turco, pero realmente no tengo idea.

 Mientras, escucho a un hombre hablar inglés y a otra familia en la distancia intercambiar palabras en español. Sonrío y me inclino hacia atrás, dejando que las palabras que entiendo y las que no resuenen en mis oídos mientras vamos pasando de estación en estación en el metro en el que estoy.

Si hay una palabra que describa una estancia en Nueva York es la diversidad. La diversidad está inequívocamente presente en cada esquina. Es como un centro de encuentro entre culturas, aquellas aceptadas y otras un tanto marginadas. Los latinos somos muchos aquí, también.

 Todos tratando de hacerse espacio en esta vasta ciudad repleta de rascacielos y frío en un invierno prolongado. Todos van de prisa. A veces choco con otras personas. Pido disculpas con quien sea que haya colapsado de alguna manera, pero cuando volteo, esa persona extraña que posiblemente no volveré a ver ya ha cruzado la avenida.

La impaciencia entre los que habitan aquí es muy evidente. Es el segundo nombre y apellido de los neoyorquinos. Se manifiesta en las caras de molestia en medio de filas para ir al baño, pedir comida o sacar una tarjeta para tomar el metro. Es como si todos estuvieran inscritos en un maratón eterno para llegar a cualquier lado en todo momento. Es una de las primeras cosas que me chocó la primera vez que pisé esta ciudad que, verdaderamente, nunca duerme.

 Mi primera impresión con Nueva York, hace un año, no fue la mejor. Me quedé con esa sensación de “es interesante y viva la ciudad, pero no puedo con el ritmo agitado de vida en ella”. Decidí que no me interesaba tanto regresar. Que no me llamaba mucho la atención la impaciencia de los demás, la manera tan alocada en la que todos cruzan las calles, los edificios que tapan los rayos de sol y el invierno que no parece tener fin.

Pero regresé.


Volví a chocar con otras personas, volví a presenciar la inquietud constante de la ciudad, extrañé los rayos de sol que obstruyen los altos edificios y el frío me llegó a los huesos otra vez a pesar de las múltiples capas de ropa que llevaba encima.

 Pero también noté las improvisadas presentaciones musicales en medio de la espera por el tren subterráneo. ¡Cuánto deleite ver a una banda de rock en una estación y escuchar ópera en la siguiente! Ver a un joven tocar guitarra y ver a otro hombre tocando música jamaiquina del otro lado.

Disfruté de una caminata agradable mientras atardecía en Central Park y volví a quedarme sin aliento con la vista desde el Empire State Building. Nos perdimos de día y noche cuando tomábamos el metro, pero no nos importó demasiado. Eso nos llevó a presenciar más actos musicales en otras estaciones desconocidas.

 Aprecié que la paciencia no está del todo ausente, que el cariño, la atención y la gentileza también se dejan sentir en medio del frío. Lo pude notar en la bolsa de comida que llevaba una señora para repartirle a aquellos que no tenían y en la manera en que un joven corrió para devolverle un sombrero a una señora que se le había caído mientras caminaba por la ciudad.


En está ocasión, mientras cruzaba el Brooklyn Bridge, no miré a los edificios con tanto recelo. Seguiré siendo fanática de las montañas, playas y el sol, pero pude apreciar mejor el trabajo de los arquitectos que diseñaron estas construcciones que parecen tocar las nubes en el cielo. ¡Cuán imponentes pueden llegar a ser! Como diciendo, “mírame, aquí estoy yo”.

Seguiré prefiriendo las noches estrelladas, pero las luces del Time Square tienen cierto encanto entre fotos y fotos que se intercambian las culturas reunidas en este lado del mundo. Solo en esos momentos, el reloj que parece perseguir a todo el que pise esta ciudad, se detiene.

[Mágico noviembre]

| 2:00 a.m. |

 Bajo los cristales del carro y dejo que la brisa acaricie mi cara. Son pasadas las 2:00 de la madrugada.

Veo neblina en la autopista que pronto envuelve mi auto. Hay algo mágico en las madrugadas de noviembre. 

 La salida de dos hora que tuve (un sábado, para llenar los espacios vacíos) termina siendo secundaria a los 20 minutos mágicos en el trayecto de regreso a casa.

 Extiendo mi mano izquierda y la dejo que dance en el aire mientras avanzo en el expreso.

De vez en cuando, echo un vistazo afuera. Puedo contar las estrellas visibles a esta hora. Estos 20 minutos compensan mi solitario y confuso sábado. Sonrío. No tengo nada más, que sonreír.

sábado, 20 de abril de 2019

["There is a bundle on your head"]




Abro la computadora. La cierro. Doy varias vueltas y repito este patrón. Hay muchas cosas frustrantes en la vida. Estar encerrado en ti mismo cuando quieres expresarte es una de ellas [al menos para mí].

Las palabras divagan en mi cabeza y pasan tan rápido como para colocarlas en un pensamiento coherente para este otro lado. Y, realmente no son solo las palabras, sino traducir los sentimientos en palabras.  A veces dibujos, o lo que sea en lo que creamos somos buenos.

 Hace unos días cumplí 27. Creo que es la primera vez que lo escribo y lo acepto. Para los que tienen 40, soy una niña. Para los que tienen 20, soy una momia. Y no necesariamente en ese orden.

Un mes antes de llegar oficialmente a esta edad, me preguntaron si estaba satisfecha con lo que he hecho hasta ahora. Tomé algunos segundos para responder mientras miraba unos globos de una fiesta de cumpleaños en la que precisamente me encontraba.

Redirigí mi mirada nuevamente a la joven de unos 22 años que me estaba haciendo esa pregunta. "Pienso que sí, he hecho muchas cosas. Pero me falta viajar más, ver más", repliqué.

Es una respuesta un poco trillada, nada muy profundo. Pero de todas maneras, muy cierta. Me falta ver más. No solo en viajes, sino en la vida misma. ¡Cuán cegados podemos estar tantas veces! Tan ensimismados en nosotros mismos para ver el resto, ver el mundo de los demás y tratar de comprenderlos.

[ “In a world filled with mirth and magic you lose time in yourself”- J.R.R. Tolkien ]

 A pesar de eso, creo que he vivido lo suficiente como para saber que se necesita malicia y compasión en lo que sea que hagas: una mezcla necesaria (con sus debidas porciones). Me falta disciplina entera o concentración en algunas cosas y no tengo una dieta muy saludable que digamos. Me faltan viajes, paisajes y vivir momentos extremos…¿como lanzarme de un paracaídas? No sé si tan extremos.

 He vivido lo suficiente, al menos, para entender que el amor de los padres sobrepasa cualquier cosa. Que posiblemente no habrá nadie más en el mundo que te ame más que ellos. Y he vivido lo suficiente como para entender que no todos han tenido esa experiencia. Que hay dolores que yo no he experimentado y eso me hace menos conocedora del dolor ajeno. Y que hay otros que sí he vivido en carne propia y eso me ha hecho ver una perspectiva distinta de otras cosas.

 Que hay paisajes que me han robado el aliento. Y que hay otros que todavía no he visto y, posiblemente, me dejarán sin palabras. Que he amado y he sido amada. Que las ilusiones y las desilusiones a veces van y vienen. Que he dicho o hecho cosas que no debería, que he pedido perdón y que he perdonado. Que el tiempo pasa y los ciclos comienzan.

Que hay mucho más, mucho más que todavía no sé y espero aprender.

 27 años puede ser un soplo de vida. O una vida entera bien vivida. Según Séneca –filósofo romano- no hay tal cosa como una vida breve, sino un tiempo bien administrado.

 Suspiro. La conversación con la joven en la fiesta continúa sin más preguntas existenciales sobre los años y lo que hemos hecho con ellos. El tiempo sigue pasando y yo estoy aquí, presente, ahora. 

Conceptos en la adultez temprana

 Tiempo. Término que se escapa a veces. Que lo dejamos escapar. ¿Qué hora es? Cuándo y cuántos. Según el Principito, los adultos nos preocupamos por las cifras. Y el tiempo. Creo que de niña fui adulta en ese aspecto: cada vez que veía números o pensaba en el tiempo, entraba en crisis. Una crisis que los adultos no comprendían mucho en aquel momento.

Miedo. Muy común. Más común de lo que debería ser. Pero no se le puede condenar tanto a esta sensación: del miedo a veces actuamos y logramos lo que no pensamos.

 Dolor. Dolor físico y emocional. Como cuando te caes por primera vez cuando estás corriendo bicicleta. O cuando te rompen el corazón a tus 16. ¿O tú lo rompes más adelante? Dolor cuando…se te cae un mantecado que verdaderamente querías. Dolor cuando has perdido algo que sabes no recuperarás.

 Angustia. Cuando hay tapón y vas tarde al trabajo. Cuando las preocupaciones sobrepasan tu entendimiento y paz interior. Cuando sabes que tienes cosas que decir pero no encuentras cómo. 

Alegría. Cuando sacas A en un examen que pensaste no pasarías. Cuando sacas un pasaje a un país desconocido. Cuando te va muy bien en el trabajo y te gusta lo que haces. Cuando mi papá me recibe por las noches en la sala.

De vuelta al 2011

No había pensado en él estos años. Solo recordaba, de mil en cien, algunas cosas o eventos relacionados a la clase de guiones. Mayormente, p...