jueves, 30 de enero de 2020

Una de esas noches de enero




Sentí cada gota fría de lluvia que bajaba por mi rostro. Era casi una cascada. Pero ya a este punto de la noche, no tenía frío.

La adrenalina, y el ruido cancelaron mi incomodidad física de estar apretada en medio de un mar de gente desconocida.

 Los hilos gruesos de agua descendían, también, por la gigantesca bandera de Puerto Rico colgando entre los edificios de la calle. Estaba frente al símbolo de guillotina llevado hasta la Calle Fortaleza.

 No podía moverme, no tenía cómo salir o ir más allá de donde estaba. Mi visión era borrosa. No tenía los espejuelos puestos. ¿Y cómo podría ver mejor con ellos si la lluvia seguía empañando los cristales? Decidí quedarme así. Lo único que podía hacer, en esos minutos, era observar, escuchar y sentir el momento.

 Ya Residente -René Pérez- había pronunciado algunas palabras. La luz tenue y el reflejo de los colores azules y rojos de la monoestrellada hacían, desde la perspectiva en donde estaba, la noche un tanto surreal. Medio año antes, muchos vivíamos un escenario similar en esta calle. La exigencia de renuncias a líderes del gobierno eran la orden del día en julio -específicamente al entonces gobernador Ricardo Rosselló. Era historia. Fue historia. 

Pero esta noche, entre luces, tambores, guillotina simbólica y la incesante lluvia, lo que sentí era distinto. No estaba de vuelta al verano pasado. Estaba presente, en uno de los meses más extraños y cargados que ha tenido el país donde vivo. Donde, actualmente, existo. Respiro.

 Era una reportera más. Y mis palabras se perdían entre el resto de los periódicos o noticieros en esos momentos. Pero, de todas formas, escribir e informar lo que estaba pasando -aun si eso se perdía por unos instantes- era mi forma de catarsis. Siempre ha sido así para mí: ver la escritura como un acto de análisis y reflexión. En el caso de objetivos periodísticos: informar. En casos como estos, como ahora en este escrito, de liberación. Escribir es mi forma de entender el mundo. 

 Esa noche traté de observar -con la visión borrosa de alguien con miopía y astigmatismo- todo lo que ocurría a mi alrededor. Las banderas monoestrelladas, las pancartas con mensajes alusivos al coraje de ciudadanos con el gobierno y las expresiones de coraje con los suministros sin repartir a los afectados por terremotos en el suroeste.

 Enero comenzó de una forma muy ocupada. Tan ocupada, que a veces pienso que muchos no hemos tenido tiempo de sentarse a repasar todo lo que ha estado pasando. Muchos ahora piensan en los terremotos. Hay tantas personas viviendo al aire libre, sin saber día u hora, por la devastación de estos eventos que continúan teniendo sus réplicas, abonando a la incertidumbre. Y ahora intercambios e irregularidades en el gobierno ante esta emergencia.

 Pero enero comenzó de una forma muy ocupada. Cierro los ojos y recuerdo el mal sabor de abrirlos ese 1ro a unas alertas en el celular indicándome la masacre familiar en Trujillo Alto. ¿Cómo está el joven que sobrevivió a ella? ¿Cómo podría estarlo, sabiendo que pocas horas después de despedir el año le mataron -por venganza- a toda su familia? ¿Cómo están durmiendo las familias en el sur, con campamentos inundados ante tanta lluvia de estos días?

¿Cómo está la familia de la pareja de ancianos que, en un día normal de diligencias, la guagua en la que se encontraban se aceleró y cayó a un lago, muriendo ambos ahogados? ¿Y la familia del joven que se suicidó por depresión? ¿Y los demás que han decidido terminar con su vida? ¿Cómo están los padres de varios jóvenes que mataron en Ponce?

 Enero comenzó de una forma tan ocupada. Quizás siempre ha sido así. Quizás la crueldad, al unirse con los eventos naturales -como los terremotos- y los sociales -como las luchas contra injusticias- le da una iluminación distinta, que parece tan surreal como el reflejo de los colores de la bandera en la Calle Fortaleza mientras llueve.

 Tan surreal como los propios manifestantes -¿o enviados?- rompiendo cristales o persiguiendo con bates a miembros de la prensa esa noche. Tan surreal como las burlas de varios policías desde el otro lado del portón en el cual se manifestaban.

 Quizás enero no comenzó tan ocupado. Quizás nuestra volátil, explosiva y frágil existencia, con los cambios de la naturaleza, hacen parecer todo más intenso. Tan capaces de ayudar y tan capaces de destruir. Tan capaces de contar la verdad y tan capaces de mentir. Tan capaces de llevar vida y tan capaces asesinar. ¡Cuán hermoso y aterrador puede ser vivir en estas circunstancias! Un temblor de tierra parecería poco ante lo que nos hace humanos, ante la profunda contradicción que a veces llevamos dentro.

 Esa noche divagué en pensamientos tan coherentes como incoherentes. El gas lacrimógeno llegó hasta donde estaba, no tan intenso, pero me alcanzó. Caminamos tanto, que recorrer el Viejo San Juan se sintió como varios maratones.

 Al llegar a casa, casi no podía escuchar nada. Solo el tambor y los estribillos entonados de esa tarde y noche, que seguían en mi mente. Mi vista se perdió en la oscuridad de mi cuarto antes de poder conciliar, finalmente, el sueño. Interrogué al mundo en silencio. Y así mismo, como una ola que va y viene, me arrastró el sueño.

 No es enero el ocupado. Es la raza humana. Con todos los infortunios, los accidentados y los hechos adrede. Las acciones de la naturaleza exacerban más lo que sentimos, perdemos o ganamos. Pero somos nosotros los ocupados. Cambien de día, mes o año. Nosotros siempre seremos los ocupados, no los nombres indicándonos fechas en un calendario.

De vuelta al 2011

No había pensado en él estos años. Solo recordaba, de mil en cien, algunas cosas o eventos relacionados a la clase de guiones. Mayormente, p...