domingo, 8 de abril de 2018

Lost?


22.3.18.



 Los nervios que había sentido minutos antes parecieron marcharse cuando mi hermano menor me dejó en el aeropuerto. Decidí, en el camino para acá, que no podía dejar que la tristeza y el miedo ganarán en este viaje que estaría a punto de tomar.

 El vuelo ha sido inesperadamente suave. El avión partió de San Juan a eso de la 1:41 de la mañana, y aunque he tratado de dormir un poco, no he podido cerrar mis ojos por más de 5 minutos consecutivos. Iba pegada a la ventana. Constantemente, me inclinaba hacia ella. Aun sabiendo que lo único que encontraría sería total oscuridad.

 Los auxiliares de vuelo caminando de un extremo al otro del avión. Personas durmiendo o viendo películas. Luces tenues en los pasillos. Todo en orden. A una hora de haber despegado, todavía tenía en mis manos el brochure con las instrucciones a seguir en caso de una emergencia en el avión. O en caso de que saliéramos vivos de esa emergencia.

 Cada vez que me monto en una nave de estas, escucho atentamente las instrucciones que ya me sé de memoria. Cojo el manual, que ya he leído unas 30 veces anteriormente, y me agacho para tratar de agarrar la cinta debajo de mi asiento, intentando identificar dónde estaría mi chaleco salvavidas.
 Y, aunque encuentro la cinta (la mayoría de las veces), intento halarla un poco. Pero nunca sale nada. ¿No se supone que en una emergencia sea fácil accesar el chaleco salvavidas? Siempre me frustro cuando llegamos a esa parte de las directrices que dan antes de que el avión alce vuelo.

 Resignada, devuelvo el manual al bolsillo del asiento de al frente.

 Me encuentro ansiosa por lo que encontraré del otro lado, una vez me baje del avión. No lo suficientemente ansiosa como para desear gritar que regresemos a Puerto Rico. Iría presa de todas formas si hago eso en pleno vuelo, así que aunque quiera, esa idea está descartada automáticamente.

Pero no puedo evitar admitir que entre mis planes estaría contemplado aterrizar, quedarme en el aeropuerto y tomar un vuelo de regreso. Sin haber pisado la ciudad. Y mentirles a todos, diciendo que pasé un fin de semana de maravilla y que las clases estuvieron geniales. Cuando me pregunten de qué eran, diré que realmente es más de lo mismo. “Nada que no haya tomado en la universidad”, diría. Y no abundaría demasiado. "Tengo que consultar mis notas", volvería a decir cuando me pregunten otra vez.

 Pero eso es algo que no haré. No. No. No.

Sonrío al pensamiento y me inclino en mi asiento. No encuentro la palanca para echar mi silla hacia atrás, tal como hicieron mis vecinos asiáticos que se encuentran plácidamente dormidos en la fila que compartimos. No he cruzado una palabra con ellos en todo el trayecto.

 Cierro mis ojos por duodécima ocasión cuando noto el reflejo de una luz que proviene de afuera. Los abro rápidamente y me acerco a la ventana.

 Rayos. Literalmente, rayos. Estamos pasando por lo que parece ser una tormenta eléctrica. Veo, casi a la perfección, la forma exacta de las nubes cada vez que se manifiesta un rayo e ilumina todo a su alrededor en plena penumbra. Lluvia. Océano. Nubes. Rayos. Noche. Toda esa combinación parece ser un perfecto-hermoso -caos.

No podría imaginarme cómo sería estar allá abajo. De seguro no estaría admirando este fenómeno de la misma forma en la que lo admiro desde mi asiento a miles de pies de altura. Así que decido aprovechar disfrutarme este momento.

 Casi no parpadeo por no querer perderme lo que mis ojos andan viendo. Estamos en medio del aire, en medio del vasto océano, camino a Boston. Es de madrugada. La oscuridad nos abraza. Y hay una tormenta a la que le estamos pasando por el lado. Las imponentes nubes me provocan escalofríos. Y cada segundo de este instante es tan único, tan enigmático, tan mío.

 Me permito cerrar los ojos para recordar el extracto de un poema de Viggo Mortensen, mi eterno crush de Lord of The Rings:

“Oceans take our secrets 
what we don’t want to see or smell anymore. 
We feel anonymous we feel clean when
 we throw our past away. It will wash, we think. 

It will sink it will drift far from this shore. 
It will disappear. 
Maybe the fish will eat our words 
maybe lost or spurned loves 
will help deep-sea feathery green plants grow.”

 Lo recito en mi mente e internamente imagino que todo aquello que me preocupa y todo aquello que me ha atado de una u otra forma cae en el abismo de la tormenta perfecta que ando observando.

 Se queda ahí y llega al fondo del mar. Las palabras que ya no quiero escuchar. Aquello que ya debo olvidar. Aquello que debe ser redimido. Aquello que quizá no me ha dejado crecer o disfrutarme momentos como debería. Se queda ahí. En el fondo de este inmenso, aterrador y hermoso océano. La tormenta se lo llevará.

 “Maybe lost or spurned loves 
will help deep-sea feathery green plants grow.”

 Ya falta poco para aterrizar. Ha comenzado a amanecer. Puedo ver la luz asomarse por la ventana. Aunque no es del todo claro todavía.

Mientras nos acercamos al aeropuerto, veo nieve. Aquella que solo veía en películas o noticias. Carros en la distancia. Edificios. Toda una ciudad despertándose. Y yo llegando por primera vez a ella.

 Espero encontrar lo que busco aquí, pensé. Pero todavía no estaba segura de lo que estaba buscando en realidad.

 Bueno, sí. Nuevos escenarios, conocer personas de distintos medios y paisajes diferentes, el crecimiento profesional a través de las conferencias. Todo eso venía en el paquete de lo que esperaba encontrar. Pero en el fondo también quería sentirme completa nuevamente. Que estaba haciendo esto sola, y que podía hacerlo sola.

 Después de todo, este viaje nació en una noche de ganas por hacer algo distinto luego de María y luego de varias desilusiones que se unieron para ese mismo tiempo en el que todo parecía un poco perdido o desorientado.

Eso nos hizo sentir María. Eso nos hizo sentir la respuesta de gobernantes tras María. Eso me hizo sentir el corazón roto de una historia inconclusa en tiempos de María, también.

 Pero ya estaba aquí. El avión había aterrizado. Con mi equipaje a la mano, me dispuse a adentrarme en lo inesperado que estaba a punto de vivir.

De vuelta al 2011

No había pensado en él estos años. Solo recordaba, de mil en cien, algunas cosas o eventos relacionados a la clase de guiones. Mayormente, p...