miércoles, 29 de abril de 2020

Pero hoy es miércoles


Día: suficientes días ya

Miércoles, 29 de abril


"What I want to write about today is the sea (...) it seems big enough to contain everything anyone could ever feel."
All the Light We Cannot See, Anthony Doeer (2014)

 Hoy parece sábado. Pero es miércoles. Hay gente en la carretera, pero en un tono relajado, no como con quien va tarde para el trabajo en un día regular de la semana. El vecino tiene la música a todo volumen, no logro distinguir quién canta, pero es género salsa.

 Más temprano, otro vecino estaba cortando la grama. Un día ocupado en el vecindario, como si fuera un sábado en un mundo libre de pandemia.

 En las tardes, un poco más de las 6:00 p.m., se escuchan las carcajadas de un grupo de jóvenes que vive no muy lejos a mi casa. Salen al balcón, de vez en cuando. Rara vez cruzamos vista. Pero coincidimos en ocasiones, de balcón a balcón. Mi compañía es mi perrita Nina y un libro. A veces nada.

Me gustan los atardeceres en mi calle, aunque no pueda distinguir mucho el sol. Pero sí veo las nubes rojizas y el reflejo de los rayos en los carros detenidos o los pocos que todavía, a esa hora, andan por ahí, en movimiento. A Nina parecen gustarles también. Mi parte favorita de esa hora es sentarme al otro extremo para verla a ella contemplar la distancia, posiblemente está viendo un gato.

Veo las montañas, y las montañas detrás de las montañas.
A veces observo el atardecer desde la parte de atrás de casa. No hay mucho que contemplar desde allí, solo postes gigantescos que alumbran el estacionamiento de los comercios que hay más arriba, en una loma.

De vez en cuando, se quedan encendidos más tiempo, entrada la noche, impidiéndome la vista a las estrellas. Pero cuando se apagan, la penumbra envuelve todo el lugar y por minutos -antes que mi vista se ajuste- siento que no existe nada más. Que solo somos las estrellas, la luna y yo. Y también Buster, otro perro mayor que tenemos. Se sienta pacientemente conmigo, en la oscuridad, velándome.

Estoy aquí, pero mi mente está divagando en otros recuerdos. En los viajes que he hecho, en los abrazos compartidos, en los caminos recorridos. Mi mente está en el último viaje que tuve a Nueva York.

En el metro repleto de gente, sin mascarillas ni guantes, en la estación 28th Street. En la mesera dulce y simpática de Little Italy que nos prometió visitaría Puerto Rico este verano. En Times Square en plena Navidad, con personas de diferentes nacionalidades, cruzando la calle.

Mi mente está con ellos, con mis amigos, cruzando el Brooklyn Bridge lleno de turistas sonriendo y tomándose fotos en cada equina.  O en los ciclistas apurados que sentí me llevarían enredada. Estoy frente al árbol de Navidad en Rockefeller Center. Estoy observando a la gente patinar y me siento en una típica película de vacaciones navideñas.

Estoy con mis 20 capas de abrigos y bufandas que no pegan porque no soporto el frío. "No puedo con tus combinaciones, Laura", me dice Génesis al soltar una carcajada. Estamos caminando todos juntos, sin distanciamiento físico de ese que ahora debemos guardar.

Estoy en Ámsterdam, Holanda. Estoy impresionada con los paisajes que veo desde la ventana en el autobús que nos pasea por la ciudad. La arquitectura, la estructura de los edificios… decido que me encantan.

Las personas aquí no son tan simpáticas, pienso. Pero son choques culturales: quizás no les caemos tampoco muy bien a ellos. Mi perspectiva cambia esa noche cuando acabamos en una barra y un hombre holandés mayor, desde el otro lado, nos pregunta -en español- si somos de Puerto Rico. “Sí”, decimos a unísono. Sonríe y levantamos nuestras bebidas. “Fui a San Juan hace tiempo”, comparte, al cabo de un rato.

Estoy subiendo unas escaleras en un metro de París, sin sospecha de que estoy tan cerca de ver la Torre Eiffel. Estoy en el barco que nos llevó a recorrer la ciudad parisina de noche. Estoy frente a la Catedral de Notre Dame y escucho el coro surreal cuya melodía ya no recuerdo, pero sé que deseé no olvidar nunca.

Estoy perdida, sin metros que tomar porque ya han cerrado todo -es pasada medianoche- pero no me importa. Estoy con mis compañeros de la universidad y todos estamos riendo mientras esperamos en una estación, rogando que la próxima guagua que llegue nos deje cerca del hotel en el que nos hospedamos. Pero nos damos cuenta que no es este, que tenemos que caminar para llegar a otra parada. “Estamos perdidos en París”, grito al grupo. Pero lo digo con más alegría que con frustración: estoy perdida en París. No en Guánica, buscando una ruta para una cobertura del trabajo. No cogiendo el Teodoro Moscoso por accidente por segunda o tercera ocasión -porque soy terrible en direcciones- estoy perdida en Francia. Y hay algo emocionante con eso, mucho más emocionante que desesperante.

 Estamos corriendo para no perder un tren en Brujas, Bélgica. Cuando llegamos, nos relajamos en nuestros asientos y reímos. En donde sea que estamos, Nadya, nuestra profesora de francés se asegura de que estemos todos. Nos observa mientras va contando mentalmente.

Caminamos una tarde en Londres, Inglaterra. Y los días que permanecemos allí, Londres le hace honor a la frase que la describe como “la ciudad gris”. No para de llover. Levanto mi cara y siento las gotas recorrer mi rostro mientras caminamos. Y sonrío.

Estoy bailando con un muchacho que apenas conozco en una calle de Cartagena, Colombia. Estoy con un grupo de periodistas latinoamericanos en nuestro primer día de clases sobre periodismo de investigación. Escucho la risa de Yaritza en la distancia, tan contagiosa. No ha culminado el día cuando ya todos la aman.

Estoy caminando y cantando con ellos. Estamos en el salón de clases y estoy enamorándome de los estilos de escritura periodística e investigativa que nos están enseñándome. También intercambiando sonrisas en la distancia con aquel muchacho que ahora conozco un poco más.

Estoy aprendiendo frases que utilizan en otros países y quisiera grabar estos momentos. Quisiera recordar cada sonido y tonalidad distinta que cada uno hace cuando habla, de acuerdo a su país de origen. Intercambiamos frases y también insultos populares. Los repetimos, como quien está comenzando a aprender una nueva lengua. Y es tan fascinante la variedad lingüística de un mismo idioma.

Estamos a punto de ir al aeropuerto, con lágrimas en nuestros ojos. Despidiéndonos y prometiéndonos visitar el país latinoamericano del que cada cual vino y ahora regresará. Incluyéndolo a él, que ya no es un extraño. “Nos volveremos a ver, Lau”, me dice, mientras me abraza.

Estoy en tantos lugares, sola y acompañada. Estoy en varios días de la semana, en realidades ajenas a huracanes, terremotos y pandemias. Con el mundo a través de mis ojos. Con lo que cuento y lo que callo.

Mi mente está en tantos lugares. Pero mi cuerpo sigue aquí, en el balcón, en un miércoles de abril de cuarentena.

 Resumen noticioso

> Dejemos algo claro: el coronavirus (Covid-19) no afecta a todos por “igual”. Muchos no tienen el privilegio de sentarse en sus balcones a recordar viajes. Muchos no tienen esa forma de “escape”, como la puedo tener yo en ocasiones porque he podido trabajar -hasta el momento- la mayor parte del tiempo -salvo cuando no hay de otra- desde la casa.

Es muy bonito ver que en otras partes del mundo, la gente canta y habla desde sus balcones. Pero esa NO es la realidad para otros. Además de los profesionales de la salud, personas en trabajos para proveer alimentos u otros servicios que no necesariamente son del área médica o alimenticia también se arriesgan y no tienen ese privilegio.

 Lo que tienen es, muchas veces, miedo de llegar a sus casas e infectar a sus familias.  Y algunos que trabajamos de forma remoto, sabemos que no todo el tiempo será así. Que tendremos que regresar, aún con las medidas de rigor, pero regresar. Regresar a una realidad donde el virus no dejará de pasearse por al menos un año y tendremos que convivir con eso.

Y hay otros que simplemente perdieron o perderán sus empleos por causa de la crisis. Son millones las personas las que se sumirán en la pobreza alrededor del mundo y se agudizará aún más en los países ya pobres de por sí. Este virus NO afecta a todos por igual. La desigualdad social se hace más evidente, se exacerba.

> Al menos el 40% de la población en el mundo NO tiene acceso a jabón y agua potable, según El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo, algo tan esencial, es un lujo para tantas personas? Es inhumano. Va en contra de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948).

> En notas locales, la secretaria del Departamento del Trabajo, Briseida Torres pidió “paciencia” a los ciudadanos que han estado tratando de solicitar el desempleo en la página digital que -al menos hasta hace un rato- todavía no estaba funcionando. Pide paciencia a más de 40 días del toque de queda y cierre a miles de familias puertorriqueñas que no han devengado salario alguno.

Según la Real Academia Española (RAE) o el ahora llamado Diccionario de la Lengua Española, paciencia se define como “capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse”.

En otra búsqueda por internet, algunos sitios indican que la palabra viene del Latín, “patiens” (sufriente, sufrido), participio de pati, patior (sufrir).  Lo único que me pregunto: ¿cómo, a estas alturas, el gobierno espera que los ciudadanos continúen “soportando” eventos como estos “sin alterarse”? ¿Cómo?











jueves, 9 de abril de 2020

"Time is a slippery thing"


Día: ¿en serio, a qué día estamos?


Jueves, 9 de abril


"Time is a slippery thing: lose hold of it once, and its string might sail out of your hands forever." 


 All the Light We Cannot See, Anthony Doeer (2014)

Hace muchos años, en uno de mis primeros trabajos, una compañera me vio ansiosa y con ojos llorosos. Disimulé y continué haciendo mis tareas como si nada. Nadie lo notó, excepto ella. 

Recuerdo que se acercó a la caja donde me encontraba y me preguntó cómo estaba, pero no podía responder. No podía articular ninguna palabra porque si lo hacía, sabía que estallaría en llanto. Solo la miré y encogí mis hombros. Acto seguido, sacó un papel -como si fuese contrabando- y deslizó un bolígrafo en mi dirección, sin mirarme.


"Escribe tu nombre. Muchas veces. Es una técnica para bajar la ansiedad. Lo hago cuando me siento así y me ayuda a calmarme", me dijo, dulcemente. Y así lo hice. Firmé mi nombre en papel de recibo en blanco tantas veces que no recuerdo. Y entonces pude hablarle y continuar el resto del turno. 


Desde entonces, cuando me siento así, suelo buscar una hoja en blanco para llenarla de firmas hasta que finalmente me siento más tranquila. Supongo es una manera de estar en el llamado "mindfulnes", algo que definen como la capacidad de estar en el presente, concentrada solo en el presente. 


Tengo varias hojas con mis firmas de estos días en el escritorio. 


Resumen noticioso


> Hace más de una semana que no paso por aquí, y aunque tengo hojas firmadas para bajar la ansiedad, estoy bien. Mi corazón, pensamientos y energías van dirigida a aquellos que no tienen los mismos recursos, aquellos que han perdido algo o alguien estos días o aquellos que viven en países cuyos gobiernos no están tomando medidas suficientes para atender esta crisis.


> En varios países (en realidad todos, pero unos más que otros), el novel virus deja al descubierto la desigualdad y las comunidades marginadas. En Siria, por ejemplo, hay comunidades que sufren de cortes de agua y escasez de alimentos. Además, están tan unidas que eso del distanciamiento social o físico no existe, según reportan las Naciones Unidas. 


> Mientras, en Estados Unidos, las comunidades latinas o que no hablan inglés, están sufriendo más los estragos de la enfermedad. Las noticias en español pueden escasear en algunos lugares o los comunicados de alertas enviados por las autoridades, incluyendo la Casa Blanca, pueden tardar días en ser traducidos. Esto es alarmante. Para que tenga una idea, en Nueva York los hispanos constituyen el 34% de los muertos, y son el 29% de la población, según The Associated Press. Mucho de esto es debido a la falta de información en estas comunidades.


> Un amigo comentó que esto lo está viviendo su familia en Estados Unidos. Ellos no saben inglés, o al menos no entienden del todo, y las noticias en su estado no son en español. Él tuvo que buscarles información sobre lo que está pasando allí y la cantidad de personas afectadas. 


> El Departamento de Salud presentó en la tarde el panel de control digital que contabiliza las cifras oficiales, así como el comportamiento del virus, en la Isla. Lo único que alcanzo a entender de esta página es la letalidad, que alcanza el 5.9%, la cifra de muertes (40) y contagios confirmados (683). El resto... es un reguero de datos que necesitan ser organizados. Se tenía que decir y se dijo.

> Ya hay 1,587,209 personas que han sido infectadas en el mundo por el virus, 94,850 muertes y 353,291 que se han recuperado, según la Universidad Johns Hopkins.

> La amiga del relato, que me compartió su técnica para bajar la ansiedad, es enfermera: los héroes del momento, junto al resto del personal médico.💙










De vuelta al 2011

No había pensado en él estos años. Solo recordaba, de mil en cien, algunas cosas o eventos relacionados a la clase de guiones. Mayormente, p...