sábado, 17 de febrero de 2018

El arte de perder


 The art of losing isn’t hard to master;
so many things seem filled with the intent to be lost
that their loss is no disaster.

Lose something every day. Accept the fluster
of lost door keys, the hour badly spent.
The art of losing isn’t hard to master.

 Then practice losing farther, losing faster:
places, and names, and where it was you meant to travel.
 None of these will bring disaster.

 I lost my mother’s watch. And look!
my last, or next-to-last, of three loved houses went.
The art of losing isn’t hard to master.
 I lost two cities, lovely ones. And, vaster, some realms I owned, two rivers, a continent.

I miss them, but it wasn’t a disaster. —Even losing you (the joking voice, a gesture I love)
 I shan’t have lied. It’s evident the art of losing’s not too hard to master
 though it may look like (Write it!) like disaster.

 -One Art, Elizabeth Bishop

 Ese poema fue mi mantra cuando perdí mi casa aquel 20 de septiembre, de 2017. No estaba deprimida, pero estaba cerca de estarlo.


 Mi pérdida no se podría comparar con el dolor de otras familias, con pérdidas mayores y realmente devastadoras.

Mi pensamiento y corazón estaban con aquellos que conocí y aquellos que nunca conocí y que experimentaron el verdadero dolor de las consecuencias de un huracán categoría 4 (¿o 5?). De igual forma yo me enfrentaba a un tipo de luto, en otra escala.

 En el 2017 se quedó el hogar que me vio crecer. Allí se quedó con el eco de mis alegrías, llantos, ilusiones y desilusiones de esos años. Con aquellos recuerdos amargos y con esos recuerdos de esperanza.

 La primera vez que vi la casa, luego del huracán, mi mente se quedó en blanco. No podía reaccionar, no podía pensar. Solo recordé como, días antes, estaba empacando y acomodando todo, haciendo memoria de dónde iba cada cosa para cuando me tocara regresar y desempacar otra vez. Solo que eso no pasaría.

Y ya estaba preparada, mentalmente, para ese momento.

 Los días subsiguientes que regresé para botar cosas dañadas, tuve una extraña mezcla entre desolación y paz. ¿Cómo es posible sentir ambas cosas? Un lado de mi gritaba. Otro lado sabía que mi tiempo había caducado aquí mucho antes de María y que mi pérdida realmente no era tan devastadora como podía pensar.

 Y aun así, lloraba hasta quedarme sin lágrimas en las noches porque me sentía perdida. Sola.

 Mis padres se tuvieron que ir por un tiempo con mi hermano mayor a Estados Unidos porque las condiciones para ellos (especialmente para papi) eran deplorables. Sin agua ni luz, con filas interminables para poder conseguir lo esencial (si es que había) era una situación extremadamente difícil y cruel para personas mayores con condiciones de cuidado. Ellos tuvieron esa opción, pero muchas familias no tenían esa oportunidad.

 La familia de la novia de mi hermano menor nos albergó por unos cuantos meses. En aquel tiempo en que nos debatíamos qué finalmente haríamos.

 En la oscuridad completa de la noche, en pleno apagón de electricidad en la Isla, solía llegar del trabajo, tomar una silla y sentarme a ver las estrellas. Haciendo un mapa mental de qué cosas podría hacer para sobrepasar esta etapa. Pero de todas maneras acepté vivir en el momento de pérdida momentánea y de lejanía familiar.

 Repasaba, también, el poema Los heraldos negros, de César Vallejo.

 Hay golpes tan fuertes en esta vida...¡Yo no sé!

 Ya han pasado, aproximadamente, 149 días de ese amargo suceso. Ya no me duele tanto lo que sucedió porque esa herida buscó su manera de cerrar, cicatrizar. Ya volví a tener una casa y ya mi familia regresó.

 Pero una parte de mí se quedó en aquel espacio, ahora lleno de hojas y escombros. Y estoy en paz con eso.

 It’s evident, the art of losing’s not too hard to master though it may look like (Write it!) like disaster.

De vuelta al 2011

No había pensado en él estos años. Solo recordaba, de mil en cien, algunas cosas o eventos relacionados a la clase de guiones. Mayormente, p...