martes, 13 de junio de 2017

"Esto está pasando"


“Jusqu'ici tout va bien, jusqu'ici tout va bien, jusqu'ici tout va bien. Mais l'important n'est pas la chute, c'est l'atterrissage”.- La Haine (1995)

Miedo. Una sensación muy común en los seres humanos cuando nos enfrentamos a cosas desconocidas, estamos a punto de hacer algo considerado retante o no sabemos qué ocurrirá luego. Experimentamos el miedo de diferentes formas, en diferentes niveles. Y cada quien lo interpreta a su manera.

Todo ocurrió tan rápido y tan lento aquella madrugada, que a decir verdad se me hace difícil describir qué realmente sentí al estar dentro de mi carro mientras se barría por la autopista, chocando contra valla y valla. Sintiendo cómo se iba haciendo cantos al frente mientras la bolsa de aire explotaba y yo estaba ahí, sin tener la certeza de qué ocurriría luego.

Sí, sentí miedo. No fue un miedo de terror, más bien sentí miedo de no tener el control. De pensar que el carro no paraba, que los cantazos eran cada vez más fuertes. Que no tenía idea de qué podría ocurrirme en el transcurso. ¿Un cristal que se rompa y se incruste en mi pecho? ¿Que el carro no parase y se volcara, entre tanto jamaqueo? ¿Qué fuera a dar contra un poste o un árbol? ¿Qué el carro terminara achicándose tras partirse al frente, dejándome atrapada?


Recuerdo que, mientras estaba en el pandemonio del momento, mis ojos divagaron rápidamente entre el guía, el retrovisor, el ‘dash’ y mis piernas. La bolsa de aire explotó, pero ni tansiquiera lo noté en el momento. La música que estaba escuchando segundos antes de recibir el impacto, dejó de sonar. Solo escuchaba el ruido del carro fragmentándose al frente. Perdiendo el control por completo. Y yo, adentro, sin poder hacer nada. Con incertidumbre, preguntándome a dónde iría a parar entre tanto movimiento violento.

Fueron segundos desesperantes. Querer que parara por miedo a que pudiera ocurrir algo más.

El carro, luego de dar una o dos vueltas, quedó incrustado en una valla de hormigón al otro lado de la carretera. Eso fue lo que me detuvo porque posiblemente hubiera dado contra algún árbol más adelante.

Estaba muda. Me miré y lo primero que hice fue tocar mi barriga y pecho. Sentí presión y un leve dolor. Estaba buscando alguna herida que a lo mejor no podía sentir completamente con la adrenalina del momento. Pero no encontré nada.

No sabía qué hacer. Miré el asiento del pasajero y vi todas mis cosas tiradas. Mi celular no lo encontré. Y tampoco me molesté en buscar mucho.

Aturdida, intenté abrir mi puerta. Tuve que empujarla porque entre los golpes, se había afectado y estaba estancada.

Me vi sola. Me sentí sola. Estaba en el paseo, mirando a todos lados. Carros pasándome por el lado, personas con sus respectivas agendas y vidas. Y la mía estaba paralizada en esos segundos de tensión, tratando caer en tiempo. Tratando de procesar lo que había ocurrido.

“Ayuda”, dije una vez, casi como en un susurro. Nadie me escucharía. Ni tansiquiera yo podía escucharme.

Y entonces, en la distancia, pude ver un auto encendido con las luces intermitentes. En cuestión de segundos, dos muchachos estaba corriendo en mi dirección.

“¿Estás bien, estás bien?”, me preguntaron varias veces, preocupados. Uno de ellos me agarró las manos y me preguntó a quién podían llamar.

No encontraba mi voz. Solo respiraba fuertemente y miraba a todos lados, perdida.  Pregunté en repetidas ocasiones qué había ocurrido. Se me hacía difícil conectar los eslabones.

“¿Fue mi culpa? ¿Fue mi culpa?”, pregunté, con voz entrecortada.

“No”, me decían ellos a unísono.

No podía encontrar mi celular para llamar a mi hermano o mi madre. Uno de los jóvenes se asomó al carro y lo encontró por mi.

Según me explicó, un carro venía acelerado y ellos trataron de esquivarlo porque iba a chocarlos. En ese movimiento, terminaron impactándome a mí. Así fue que perdí el control y terminé dando vueltas en la carretera.

Poco a poco, me fui calmando. Los policías, mi hermano y una ambulancia no tardaron en llegar.

Mientras era atendida por paramédicos, la imagen vívida del momento continuaba repitiéndose constantemente en mi mente.

Recuerdo haber pensado, en el momento, “esto está pasando, esto está pasando”. Es como cuando ves en las películas o noticias sobre accidentes y escenas que no piensas te sucederían. Hasta que te suceden y haces lo posible por creerlo y caer en la realidad.

Hace una semana, precisamente, soñé que estaba en un barco que se estaba volcando, al estilo Poseidon. Era una imagen tan clara, tan real, que mientras soñaba pensé también “esto está pasando, esto está pasando”. Hasta que desperté.

Solo que esta vez, no era un sueño.

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El buitre oportunista

En la escena se detuvieron otros muchachos. Uno de ellos estuvo todo el tiempo pendiente a cada paso que daba. E incluso me preguntó si tenía dinero para la grúa.

 Insistió en darme unos 14 dólares que tenía encima. Le dije que no, y se los devolví. Pero continúo insistiendo e insistiendo e insistiendo. Y terminé aceptándolos.

 Le agradecí por haberse parado a ayudar, como buen samaritano. E incluso le di la mano y me presenté cuando le agradecí su gesto. Y se marchó del lugar. O eso creí.

 En esos momentos, el policía que estaba encargado de hacer la querella, me llamó. Fui a donde él y los demás muchachos del accidente.

En la distancia observaba cómo la grúa hacía lo propio, y mi hermano sacaba cosas importantes del carro. Tales como mi computadora del trabajo y cartera.

 Mientras -todavía confundida por el evento- le daba la información al policía, vi al muchacho “samaritano” cargando con una batería, pasándome por el lado.

En el momento no caí en cuenta de que la batería que se estaba llevando era la mía. Incluso pensé, bien ilusamente, que a lo mejor él estaría ayudando en todo caso a montar el carro en la grúa y que como estaba hecho pedazos él estaba cargando algunas partes, en caso de que fuera mi batería la que estaba cargando.

Laura ilusa. Por no usar otra palabra muy conocida en nuestra jerga boricua.

 Momentos más tarde, cuando la grúa llevó el carro cerca de los predios de mi casa (que ‘by the way’, me cobraron 75 dólares por llevarlo de una esquina a otra) me percaté de lo sucedido.

 Fue precisamente el hombre de la grúa (¿ya dije que me cobró 75 ‘freaking’ dólares por mover mi carro de una esquina a otra?) quien me dijo que alguien se había llevado la batería.

 Me quedé seria. Mirándolo fijamente. Y sin decirle ni una palabra, fui a donde mi hermano. 

“Roberto…¿y la batería? ¿Dónde está?”, le cuestioné.

 “Laura, no sé. El muchacho dijo que se había quedado sin batería por dejar las luces prendidas”, replicó.

 “Ajá, ¿pero dónde está la mía ahora? ¿Él se la llevó?”, le dije.

 Ya a este punto de la conversación me iba subiendo la bilirrubina

. “Sí”, respondió de manera casual, mientras miraba lo que quedaba de mi carro.

 “¿QUÉ TÚ ME DICES QUÉ? ¿QUÉ LO DEJASTE QUE SE LLEVARA MI BATERÍA, LA QUE COMPRÉ HACE UNA SEMANA Y TENÍA 3 AÑOS DE GARANTÍA?”, le dije en un tono…bueno, un tono un poco molesto. Un poco.

Hubo una pausa.

 “Pero, ¿y tú la vas a usar ahora?”, me preguntó, como si estuviéramos hablando de algún tema filosófico y debatiendo de la vida de una manera amena y ‘cool’.

BEST BROTHER 2017.

 No supe en aquel momento qué me provocó más coraje. Si el buitre oportunista que se aprovechó de un evento fuerte para robarme de la manera más descarada posible (asumiendo que fue de esta forma, ya que nunca apareció la batería y la única imagen que tengo es él cargándola como un pingüino hasta desaparecer) o la respuesta de mi hermano.

 Desistí de la conversación sin dirección me dirigí a casa.

 Cuando llegué, exploté en llanto. El llanto que había estado guardando desde que ocurrió el accidente.

 Recibí el abrazo cálido de mami y sus palabras de consuelo. No paré de llorar durante el resto de la madrugada. Estaba en shock. Reviviendo las imágenes mentalmente del accidente.

 Pero, entre el momento amargo, encontramos un espacio para las carcajadas al recordar el colmo del momento con aquel joven que, presuntamente, se aprovechó del suceso. Y la respuesta de mi hermano.

De vuelta al 2011

No había pensado en él estos años. Solo recordaba, de mil en cien, algunas cosas o eventos relacionados a la clase de guiones. Mayormente, p...